¡Terrorífico! Su nombre es Error y Paciencia... |
En una ocasión, un joven alumno sucumbió en una profunda desazón al cometer un error muy común en la interpretación de su lección. Luego de algunos intentos donde la impaciencia ganaba terreno, al observar que no podía contenerlo con mis argumentos de “psicólogo de oído” lo invité a sentarnos en el jardín para descomprimir la situación. Con la tranquilidad del aire de mi lugar, propuse cerrar los ojos, agudizar los sentidos, y compartir su percepción de lo que ocurría alrededor. Después de tres ensayos en ampliar la dimensión de la pregunta, dijo: “Siento el calor del sol, el vientito en mi cara, escucho las hojas moviéndose, tus perros ladrando, un auto pasando por la calle, también un camión descargando mercadería, el tren a los bocinazos yendo a Chascomús, y una vecina hablando con otra”... “¡Muy bien!... ¿Ves?... No pasa nada. El mundo sigue igual”.
"No le temas a los errores, ahí no hay ninguno” dijo alguna vez el gran Miles Davis. Hablar del error humano pienso que es un tema exclusivo de Dios, y reservado para los profesionales de la psiquis (también se equivocan). No soy profesional del tema pero sí curioso en cosas de todos los días, así que después de husmear por allí y por allá, este posteo debe interpretarse como “consejos del DdC para aplicar ante cualquier instante en la vida de un estudiante de batería”.
El error es una acción realizada en forma indebida o imprudente que genera momentos incómodos. Los errores tienen en común que son accidentales e involuntarios. Algunas personas cuentan con características que las hacen más proclives a sufrir ante el fallo. Una tendencia perfeccionista, una personalidad rígida y una alta intolerancia a la frustración son algunos de los ingredientes principales del miedo al fracaso. Una exigencia excesiva conduce a vivir en una prisión mental donde nuestra voz interna es el crítico más feroz. Quien no permite equivocarse, limita su libertad. Cada actividad es una prueba en lugar de una aventura, y cada error, un gran fracaso personal. Lo más importante es que debemos aprender a observar los errores como oportunidades y no como fracasos, un cambio de perspectiva es suficiente para mejorar significativamente nuestra actitud.
En primer lugar, uno es más que el error. En segundo lugar, un consejo extraído del libro “Auto compasión” de la psicóloga Kristin Neff: “Tener en cuenta cómo te sientes sin exagerar o negar tus sentimientos. Tratar de no hacer más grande la cuestión de lo que realmente es, conectarse con la verdad de lo que sucedió”.
*No permitir que gane la ansiedad. La ansiedad se ve reflejada en una especie de temor que podemos alcanzar ante el error, la acción tiene en su ADN un componente trunco que impedirá su realización. Las cosas no necesariamente tienen que salir mal solo por el hecho de pensar que así será. Los pensamientos no siempre determinan las acciones. Debemos confiar en nuestras capacidades y realizar la actividad como entendemos hacerla, aunque no se encuentre libre de imperfecciones.
*Evitar actuar precipitadamente. Actuar de manera arrebatada dificulta el proceso de aprendizaje sobre el error, si actuamos así, no tenemos margen ni tiempo de evaluar adecuadamente los motivos que nos llevaron a incurrir en la equivocación.
*Regular el nivel de auto exigencia. Cuando existe una actitud de perfeccionismo extremo, no toleramos las equivocaciones y como consecuencia de ello, evitamos pensar en ellos. Este es uno de los puntos más complejos de aprender, dado que no siempre resulta fácil dejar de sentir malestar ante la idea de crear algo con ciertos defectos.
*Ser autocrítico. La autocrítica saludable es indispensable para lograr aprender de nuestros errores. Cuando empleamos la autocrítica, estamos de alguna manera haciendo una evaluación objetiva de nuestra propia persona de nuestras virtudes y puntos a corregir. Aprender de la situación, analizar qué podemos hacer distinto y, como último paso, hacerlo. Resolver lo posible y lo que no se pueda, aceptarlo y dejarlo estar…
La paciencia es la facultad de esperar sin sentir ansiedad, sin apurar los procesos con el tiempo necesario para realizar cada acción. La paciencia no es pasividad, es una virtud activa que ayuda a mantener la serenidad en los momentos difíciles y sobre todo, el saber esperar ante el deseo. El tiempo debe transcurrir naturalmente porque para un resultado favorable, las cosas requieren su correspondiente tiempo de madurez. La paciencia proviene de las palabras paz y ciencia: la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse, la habilidad para hacer cosas pesadas o minuciosas. Hacer algo con lentitud para mejorar su realización, el dominio de uno mismo. Pero no vamos a restringir la paciencia a nuestro espacio íntimo de estudio, si incluimos nuestras actividades grupales y sociales, la paciencia puede comprenderse de diversas formas y situaciones:
*Perseverancia. El talento para resistir situaciones lentas de espera prolongada como pueden ser trámites, salas de espera (médico o ensayo), o la tardanza de un transporte es una de las formas principales de ejercerla. Las personas pacientes no desesperan frente a estas situaciones, comprendiendo que frustrarse y abandonar antes de tiempo no llevará a cruzar la meta. En cambio, insistir en su cometido a pesar de lo molesto de la espera, eventualmente dará lo que buscan.
*Tolerancia. Otra forma valiosa es la exhibida ante conductas irritantes, molestas o contrarias de otros individuos. En lugar de enojarse, molestarse o emprender peleas inútiles (por lo general no resuelven nada), las personas pacientes toleran el disenso dejando que el otro pueda expresarse a pesar de no estar de acuerdo, o bien, esperar al momento adecuado para opinar. De esta forma, la paciencia conduce a la asertividad (habilidad que permite expresarse de manera adecuada, sin agresividad ni hostilidad frente a otro).
*Autocontrol. Otro caso de paciencia es cuando nos vemos forzados a postergar algo que deseamos mucho, cuando no llega de inmediato una información o frente a una situación estresante. La paciencia puede imponerse como método y permitirnos llegar con la cabeza fría hacia nuestro objetivo. Es decir, la paciencia consiste en aguardar el momento perfecto para acometer la acción deseada.
Mi entrañable maestro Juan Carlos Lícari enseñaba que ante cualquier nuevo desafío, debíamos ejercer la paciencia en forma oriental. Por eso, hablando de orientales, comparto una experiencia que cambió radicalmente mí óptica sobre la cuestión. Hace algunos años tuve un alumno llamado Gerardo que además de buena persona y baterista formado, era un practicante muy avanzado en Tai Chi. En aquel momento había asistido a un par de clases cerca de casa, encontrándome completamente fascinado por las similitudes encontradas con los consejos de mis maestros para depurar movimientos, posturas y habilidades. Gerardo generosamente, aclaró algunos de mis interrogantes de mi condición de novato, así que esos encuentros del tipo “Tai Chi Groover” fueron de muchísimo aprendizaje para ambos. Finalizada una clase, me cuenta una historia: “Tenía muchas ganas de aprender con un notable maestro chino y en una visita que realizó a nuestra escuela, le manifesté mi ardiente deseo de formarme con él. Sorpresivamente, no tuve respuesta alguna, me ignoró completamente tras el escaneado de arriba, abajo y viceversa. Volví a casa algo deprimido por lo acontencido, y decidí continuar por las mías sin perder la esperanza de una nueva oportunidad. Pasaron diez años y volvimos a encontrarnos, y ante el temor de un nuevo rechazo, mi actitud fue de súplica para que me admitiese como su discípulo. Aquel viejo sabio no solo pronunció mi nombre con dificultad, sino que ahora aceptaba ser mi maestro porque había comprendido realmente el significado de la paciencia”.
“Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo”.
Eclesiastés 3:1 - Nueva Biblia Latinoamericana